Ocurren, a veces, cosas curiosas. Minutos antes de una clase de robótica para profesores de primaria nos dimos cuenta de cómo y cuánto pesan las raíces educativas en este país.
Empezaron a llegar al aula los profesores que recibían la formación. Cual fue nuestra sorpresa cuando, con su libreta y bolígrafo correspondiente, se sentaron uno a uno en una mesa colocada lejos del centro del aula y de forma totalmente lineal. Ninguno de ellos pensó si valía la pena juntar las mesas o colocarse en semicírculo para vernos, trabajar en equipo y compartir la experiencia.
Sin querer, llevamos a cuestas los hábitos aprendidos durante el tiempo en que fuimos estudiantes. La pasividad del que solo va a escuchar, que no siente que tenga que actuar en ningún momento. Así nos enseñaron.
Nuestros alumnos aprenden de mil formas, pero no olvidemos que aprenden también por imitación de conducta. No podremos innovar como profesores hasta que intentemos desanclar el alumno que fuimos y actuemos como el alumno que hubiéramos querido ser. Seguramente, en la misma situación, nuestro alumnos de hoy se hubieran puesto por todas partes, dispuestos a ser parte activa de su propio desarrollo. Hubieran ocupado el lugar que merecen: el núcleo del espacio de aprendizaje.
Evidentemente, les tocó moverse (y dejar el boli).